Perdido entre las terrazas de arroz del norte de Filipinas, el diminuto pueblo de Buscalan acoge a uno de los tesoros más preciados de la cultura filipina: la última tatuadora tradicional de la tribu guerrera de los Kalinga. La nonagenaria, que tatúa desde que es una niña, llega a recibir a unas 30 personas en un día de fin de semana, por lo que pasa todo el día trabajando.
En un documental corto, dirigido y filmado por Joan Planas, Od explica esta antigua tradición y su amor por los tatuajes. «El primer tatuaje que me hicieron fue de una escalera y una serpiente pitón,» explicó Od, y añadió, «no tienen significado, solamente son un adorno«.De manera histórica, las mujeres y niñas de la tribu tenían tatuajes grabados en todo su cuerpo como un símbolo de fuerza, su edad y su belleza. Mientras que los hombres en la provincia solamente podían ganar sus rayas matando enemigos y defendiendo a su pueblo por lo tanto, ganaban privilegios especiales y respeto según la cantidad de tatuajes que tuvieran.
«Whang-od es cada vez más famosa y cada vez viene más gente, así que la pobre acaba agotada y lo único que hace a parte de tatuar es comer y dormir. Ni siquiera atiende a la prensa«, afirma Francis Pa-In, uno de los guías turísticos que se beneficia de los conocidos tatuajes.