Alex Robertson se sintió un fantasma la primera vez que visitó Tokio y se perdió en la complejidad de su diseño, su cultura y su lenguaje. Se trató de una experiencia mágica y cuasi infantil; una oportunidad de deambular en silencio, los sentidos alerta a cada elemento nuevo y extraño.
El fotógrafo se adentró en la aventura de mostrarnos una ciudad a través de su gente. Fascinado por la cultura asiática, Robertson recorre los lugares más emblemáticos capturándolos desde su punto de vista y sus elementos de interés: las personas y la luz.